¿Cuántas veces has escuchado a alguien decir: “Ahora sí, empiezo el gym”?
Seguro que muchas, ¿verdad? Y quizá tú también lo has pensado más de una vez, especialmente en esos propósitos de Año Nuevo que parecen repetirse como un patrón: empezamos con toda la motivación, y a los pocos días… puff, se va tan pronto como llegó.
Y no es que no queramos, es que a veces la sola idea de alistarse, cambiarse, salir de casa o manejar hasta el gimnasio genera una lista interminable de excusas: “mejor mañana”, “estoy cansad@ del trabajo”, “no tengo la ropa adecuada”, “no me da tiempo”. Créeme, yo también me las he dicho todas.
Pero aquí viene la parte importante: el ejercicio no tiene que ser una misión imposible. A veces pensamos que para movernos necesitamos motivación sobrenatural, el mejor equipo, los tenis más caros o un smart watch. ¡Error! La verdad es que la motivación rara vez llega antes de empezar. Casi siempre aparece después de movernos.
Te comparto algo personal: hace un mes decidí no darle tanto tiempo a mi cerebro para fabricar excusas. Simplemente me levanto y salgo a caminar. No pienso demasiado, solo me pongo los audífonos, pongo música que me haga sentir bien y camino por el parque más cercano. Ya llevo 3 semanas y me siento muy feliz por obligarme a hacerlo. Y no hay un solo día en que me haya arrepentido de salir.
Constancia sin presión
Claro, hay días en los que por alguna razón no puedo salir, y ahí es donde entra la palabra mágica: persistir. No se trata de castigarnos, ni de llenarnos de culpa. Se trata de disfrutarlo, de regresar al día siguiente con la mente fresca.
También es importante ser realistas. Muchas veces nos ponemos metas demasiado altas: “voy a entrenar 5 veces por semana, correr todos los días o trotar 10 km”. Y cuando no lo logramos, sentimos que fallamos. Pero aquí va una verdad que me ha salvado: hacer poco es mil veces mejor que no hacer nada.
Por ejemplo, ahora mi rutina fija es solo un día a la semana de senderismo. Ese día lo disfruto de inicio a fin, me pierdo en la naturaleza y conecto conmigo misma. No puedo describir con palabras lo que significa, pero sí puedo invitarte a probarlo. Y ojo: no necesitas un bosque, puede ser caminar en un parque o dar vueltas por tu colonia. Lo importante es moverte y descubrir cómo te hace sentir.
Pequeñas metas, grandes cambios
El resto de la semana no siempre tengo tiempo para largas caminatas, pero trato de integrar movimiento en lo cotidiano:
- Caminar en lugar de usar el auto para trayectos cortos.
- Subir escaleras en lugar del elevador.
- Aprovechar cualquier momento para mover las piernas, que al final están diseñadas para eso.
Y aquí viene un dato curioso que me encanta: estudios de salud muestran que dar alrededor de 8 mil pasos diarios ya genera beneficios significativos para el cuerpo y la mente. Yo soy de esas personas que aman la ciencia detrás de las cosas, así que te dejo esta fuente en video que lo explica muy bien 👉 ver aquí.
Beneficios reales del movimiento
Más allá de lo físico, moverte cambia tu estado mental y emocional. Te comparto algunos puntos clave:
Un paso a la vez
Si hoy sientes que tu vida está demasiado ocupad@, que no tienes tiempo o que simplemente no te nace, quiero dejarte este mensaje: no subestimes el poder de dar pasos pequeños. Un día serán 10 minutos de caminata, otro quizá media hora. Lo importante es empezar y permitir que la constancia haga su trabajo.
El ejercicio no es solo para “ponerse en forma”, es para liberar tu mente, sentirte más tranquil@ y darle un respiro a tu cuerpo que tanto hace por ti cada día.
Así que te invito: la próxima vez que tengas la oportunidad, sal a caminar, trotar, bailar en tu sala o incluso estirarte un par de minutos. Hazlo sin presión, hazlo por ti.
Y después, cuéntame cómo te sentiste. 💚








